lunes, 29 de enero de 2018

Hay un motivo

Hay un motivo para la tristeza
cada vez que un ave se esfuerza
-una paloma, una graja, urracas,
barquitos de papel en el oleaje-
cruzando torrentes de alquitrán
que lucen abultadas coronas
de aire cálido,
bolsas breves de huracanes a diésel
que hacen imposible la pluma y su función,
que alteran la brújula de huesos
huecos y livianos.
Ríos de asfalto e hilvanados
por monstruos de diseño alemán.

Hay un motivo para la pena
y la ventana cerrada
cuando una red de venas negras
invade la casa y los ritmos, el calendario.
Cuando pensamos en cilindros
y medimos en horas al volante
y nos extendemos solo y tanto como
se extienden los semáforos
y las plazas de garaje.
Hay un motivo para la lágrima sin objeto,
cuando las palabras y el trabajo,
tras su periplo desde Oriente
cruzando media Europa,
alcanzan tu hogar
antes que el sudor del vecino.

Hay un motivo para plegar la cabeza
si se desean huracanes
y calles inundadas
cuando arden las raíces de Galicia.

Hay un motivo para la tristeza
cuando niñas cabalgando juguetes eléctricos
quieren, desde su sistema motriz
condenado al abandono,
que te apartes de su camino en la acera,
y los padres, tubo de cáncer en la boca,
callan, sonríen y minan el futuro.

Hay un motivo para ser hoja muerta,
cuando entre escombreras
criaturas plantadas sobre dos piernas
visten la muerte y el sadismo como juego,
reventando con fuego enfermo alas,
largas orejas y ojos dulces;
se divierte así la materia fecal.

Hay un mar de motivos para dejar de soñar el mar,
si una isla de plástico ha engullido a leviatanes
y, decadente y envenenada,
asalta el trono de la Atlántida;
si la gaviota vomitó el embalaje
del polímero con el que
te engañas llamándolo vida;
si su esqueleto es esquema,
boceto en la arena
del futuro más breve.

Hay un motivo para la sangre perdida,
cuando el infierno es cotidiano,
y está presente en tu plato,
y llena tu cuchara con alaridos,
y el hueso roto que aúlla
se adentra obsceno en tu garganta,
y la herida que sangra compone el cemento
de este edificio que somos.

Hay un motivo para el verano obsoleto,
desnudo como olas enloquecidas
que lamen con sus sierras agónicas
penínsulas desnortadas,
islas que nacen como balas,
el hormiguero banal del descanso asalariado
derruido por la sal y el termómetro derramado.

Hay un motivo para cerrar ojos,
en el trasiego aparente de las cosas
que nunca cambian,
que ocupan portadas,
que viven en plasma las veinticuatro horas,
que siempre engordan al asesino;
las cosas que drenan las montañas,
que obcecan al miserable en su derrota
y erosionan los relatos
hasta matar ciudades y memoria.

Hay un motivo para el muro y los fusiles escupiendo,
pues escribimos el miedo en nuestra agenda,
y disparamos libros de autoayuda para bocas silenciosas,
y para evitar desaparecernos
nos dejamos borrar.

Hay un motivo para hallar las grietas,
meter las cuñas,
golpear con los mazos,
madrugar y escribir cartas,
mirar al sol para evitar su abandono,
hablarte,
ver semillas en el segundero,
pedalear como un hacha,

cantar como un brote.

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